Lea el artículo de esta edición que profundiza en los efectos psicológicos de los entornos mejorados, los avances en el diseño de prisiones y el papel de los principios salutogénicos y la biofilia en el fomento de espacios terapéuticos.
Las condiciones de las prisiones condicionan profundamente a las personas que viven y trabajan en ellas. Invertir en mejores entornos físicos no es una concesión, sino un enfoque pragmático para lograr la seguridad social y una reinserción satisfactoria.
Dr. Alberto Urrutia-Moldes, Profesional e investigador en diseño y arquitectura penitenciaria
Dr. Alberto Urrutia-Moldes
Profesional e investigador en diseño y arquitectura penitenciaria
Hay dos tipos de personas en prisión. Los que están recluidos por decisión de la sociedad a través de un mandato judicial, y los que trabajan allí, ya sea por sentido del deber social o por necesidad económica. Ambos grupos se ven profundamente afectados por el entorno físico. Las investigaciones demuestran que unas condiciones medioambientales deficientes repercuten negativamente en la salud y el bienestar humanos.
Sin embargo, la sociedad suele equiparar el castigo con la exposición de los condenados a duras condiciones de vida, ya sea para disuadirles de delinquir o para hacerles “pagar” por sus actos. Esta presión social, combinada con las omnipresentes limitaciones económicas, hace más probable que las autoridades pasen por alto la acuciante necesidad de mejorar el entorno penitenciario. Este enfoque contraintuitivo socava los objetivos de reinserción y agrava los retos para todos los implicados.
Los entornos penitenciarios suelen adolecer de luz natural inadecuada, mala ventilación y hacinamiento, todo lo cual perjudica la salud física. La falta de luz natural suficiente reduce la vitamina D, y la luz artificial excesiva, de tonos azules, altera los ritmos circadianos, afectando al sueño y al bienestar. A su vez, el hacinamiento y la mala ventilación aumentan la propagación de infecciones como la tuberculosis y elevan los niveles de estrés tanto de las personas encarceladas como del personal. Estos son sólo algunos de los muchos factores que atentan contra la salud en prisión.
Pero la salud no es sólo física. Psicológicamente, las prisiones suelen intensificar los sentimientos de deshumanización y estrés. La falta de intimidad socava la dignidad y fomenta la ansiedad, mientras que el ruido constante y la contaminación lumínica erosionan la salud mental. Para el personal, la exposición prolongada a estos factores de estrés convierte al entorno penitenciario en uno de los más exigentes desde el punto de vista psicológico. Además, la constante sensación de peligro, provocada por un diseño y un entorno físico deficientes, aumenta el estrés mental tanto del personal como de los residentes, lo que conduce al agotamiento y a la disminución de la capacidad de afrontamiento.
Estas condiciones también impiden el objetivo principal de los correccionales: la rehabilitación. Un entorno punitivo amenaza con reforzar el comportamiento antisocial, debilitando las posibilidades de reinserción. En lugar de disuadir, estos entornos corren el riesgo de perpetuar los ciclos de violencia y disfunción. Los responsables de la toma de decisiones deben reconocer esta paradoja. Las investigaciones demuestran sistemáticamente que las instalaciones humanas y bien diseñadas promueven entornos más sanos y seguros.
Para quienes cumplen condena, esto se traduce en mejores resultados de rehabilitación. Para el personal, significa una reducción del estrés y una mejora del rendimiento. Las condiciones de las prisiones condicionan profundamente a las personas que viven y trabajan en ellas. Invertir en mejores entornos físicos no es una concesión, sino un enfoque pragmático para lograr la seguridad social y una reinserción satisfactoria.
El espacio personal y la proximidad de otros pueden ser difíciles de controlar en un entorno penitenciario, y para alguien con antecedentes de trauma esto puede causar potencialmente una mayor reacción negativa y elevar los niveles de estrés.
Sarah Paddick, Arquitecta Asociada Senior, Responsable del Sector de Justicia, Grieve Gillett Architects
Sarah Paddick
Arquitecta Asociada Senior, Responsable del Sector de Justicia, Grieve Gillett Architects
Las mujeres encarceladas a menudo se enfrentan a un daño añadido por el mismo entorno que pretende protegerlas. Los entornos penitenciarios son restrictivos, duros y a menudo institucionales, no sólo en su función sino también en su apariencia. Los centros penitenciarios se consideran entornos “traumatogénicos” porque las mujeres son apartadas de sus familias y comunidades, encerradas, despojadas de poder y comúnmente sometidas a victimización a manos del personal y de otros residentes.
Las historias traumáticas que acompañan a las mujeres a prisión afectan a su percepción de la autoridad (típicamente masculina) e inhiben su capacidad para desenvolverse en un entorno aparentemente amenazador y autoritario. Este ambiente carcelario de control aumenta el potencial de desencadenar un recuerdo traumático y provocar una reacción que puede ser percibida por el personal como poco colaboradora o perturbadora, exacerbando aún más el problema.
Estas mujeres pueden experimentar el entorno físico de manera diferente, y potencialmente más aguda, con estrés derivado de niveles de temperatura incontrolables, ruido de fondo fuerte o persistente, luz brillante, etc. La disposición de los espacios también puede tener un mayor impacto en una mujer encarcelada con antecedentes traumáticos.
La hipervigilancia acompañada de una sensación de miedo y temor es una respuesta traumática conocida, y un entorno que se siente inseguro debido a su apariencia y disposición espacial exacerbará estas reacciones. El espacio personal y la proximidad de los demás pueden ser difíciles de controlar en un entorno carcelario, y para alguien con antecedentes traumáticos esto puede potencialmente causar una reacción negativa exacerbada y elevar los niveles de estrés.
El ruido generado por las pesadas puertas de acero y los pitidos de las alarmas, junto con las voces distorsionadas de los sistemas de megafonía, los interfonos y las radios, contribuyen a crear un entorno alienante. El tintineo de los manojos de llaves y las esposas en los cinturones de los agentes, y las puertas de las escotillas de visión que se abren y cierran en plena noche añaden otra capa que crea un paisaje sonoro único.
Las soluciones a algunas de estas cosas son relativamente sencillas y deberían tenerse en cuenta en todos nuestros diseños de instalaciones seguras si estamos realmente comprometidos con la creación de entornos que no causen más daños.
Nuestros edificios a menudo refuerzan operaciones que restringen la libertad de movimiento y elección, que potencian relaciones jerárquicas que hacen poco por curar o apoyar, y que contribuyen a altos índices de reincidencia.
Robert Boraks, Director de Parkin Architects Ltd en Canadá, profesor adjunto de la Universidad de Carleton
Robert Boraks
Director de Parkin Architects Ltd en Canadá, profesor adjunto de la Universidad de Carleton
Los arquitectos diseñan infraestructuras para servir a un propósito. ¿Diseñar un hospital? Fácil: son lugares para curar. ¿Diseñar una escuela? Fácil: son lugares para aprender. Los arquitectos utilizan sus trucos salutogénicos y creativos para crear entornos bien iluminados, abiertos y potenciadores que se esfuerzan por apoyar los mejores atributos de la sociedad.
¿Diseñar una cárcel? No es tan fácil. El propósito del diseño de una prisión no suele estar bien articulado para el arquitecto o, a veces, son un batiburrillo de visiones enfrentadas y a menudo contradictorias. ¿La finalidad del encarcelamiento es proteger a la comunidad? ¿sanar? ¿castigar? ¿rehabilitar? ¿ser un almacén eficiente? ¿todo lo anterior?
Las cárceles plantean un reto de diseño a los arquitectos, ya que no son representativas de una infraestructura normal. Son lugares donde se destierra a los individuos cuando la sociedad ha determinado que ya no pueden formar parte de su comunidad. A pesar de las buenas intenciones de muchos arquitectos, nuestros diseños apoyan con demasiada frecuencia situaciones que despojan de dignidad y autoestima tanto a las personas encarceladas como al personal.
Nuestros edificios a menudo refuerzan operaciones que restringen la libertad de movimiento y elección, que potencian relaciones jerárquicas que hacen poco por curar o apoyar, y que contribuyen a altos índices de reincidencia. A veces nos enorgullecemos de mejorar situaciones difíciles mediante mejoras graduales, pero la desafortunada realidad es que nuestros esfuerzos a menudo no hacen más que poner una tirita en una herida abierta.
Aunque a los arquitectos nos resulte fácil achacar nuestra incapacidad para ser agentes del cambio a nuestros clientes, a la política o a la eficacia operativa, debemos reconocer que tenemos un importante papel que desempeñar proporcionando a nuestros clientes conocimientos y procesos basados en pruebas que se traduzcan en un propósito más claro y una infraestructura más eficaz.
La falta de inversión en el mantenimiento de las infraestructuras penitenciarias repercute no sólo en la dignidad y la salud de los reclusos, sino también en el personal penitenciario y las comunidades circundantes.
Terry Hackett, Jefe de la División de Personas Privadas de Libertad, Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR)
Terry Hackett
Jefe de la División de Personas Privadas de Libertad, Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR)
En todo el mundo, el CICR sigue observando infraestructuras coloniales anticuadas y, a menudo, mal mantenidas, que repercuten negativamente en la dignidad y la salud de las personas privadas de libertad. En muchos países en los que el CICR está presente, la ya frágil infraestructura se ha visto todavía más degradada por años de conflicto y de falta de financiación. Más del 55% de los sistemas penitenciarios de todo el mundo funcionan por encima de su capacidad, y el hacinamiento ejerce una presión adicional sobre unos sistemas de agua, saneamiento y ventilación ya de por sí inadecuados.
La falta de inversión en el mantenimiento de las infraestructuras penitenciarias repercute no sólo en la dignidad y la salud de los reclusos, sino también en el personal penitenciario y las comunidades circundantes. La falta de agua potable y el bloqueo de los sistemas de saneamiento, con la consiguiente infestación de alimañas, son vectores de importantes problemas de salud pública que no terminan a las puertas de una institución.
La falta de ventilación adecuada, combinada con el calor extremo y el hacinamiento, da lugar a condiciones asfixiantes en las que el simple hecho de respirar se convierte en una lucha. Asimismo, las enfermedades transmisibles afectan a todos los que viven y trabajan en ese entorno, a menudo con el riesgo de convertirse en un vector para un problema de salud pública más amplio a través de los trabajadores o de los visitantes. Como puede imaginarse, las consecuencias para la salud mental son también devastadoras.
Como sabe cualquier persona que haya dirigido una prisión o un centro penitenciario, las infraestructuras pueden dictar los regímenes cotidianos y desviar valiosos recursos humanos de funciones críticas de seguridad dinámica hacia puestos estáticos. Una infraestructura mal construida o mal mantenida puede también plantear problemas importantes a la hora de cumplir las normas mínimas de las Naciones Unidas para el tratamiento de los reclusos, también conocidas como las Reglas Nelson Mandela.
Ciertas realidades operativas no siempre se tienen plenamente en cuenta en la fase de planificación y, una vez construidas las instalaciones, la adaptación puede tener un coste muy elevado.
Mathilde Steenbergen, Directora General del Servicio Penitenciario belga
Mathilde Steenbergen
Directora General del Servicio Penitenciario belga
En los últimos 20 años, hemos realizado importantes inversiones en infraestructuras penitenciarias y, en la actualidad, alrededor de un tercio de nuestra población reclusa se aloja en instalaciones nuevas o modernizadas. Estamos avanzando gradualmente hacia el objetivo de tener a la mitad de la población en estos centros. También hemos podido cerrar algunos centros anticuados, como la prisión de Forest, en Bruselas, el año pasado.
[…] Proyectos como Haren también nos permiten evolucionar con los tiempos, utilizando conceptos que pretenden promover una detención más significativa. Las características arquitectónicas y el uso de espacios verdes desempeñan un papel importante en el bienestar tanto de los detenidos como del personal.
Sin embargo, también hay retos. Uno de los mayores inconvenientes es la magnitud de Haren: es demasiado grande. Gestionar una prisión con 1.000 personas es extremadamente difícil. En nuestras otras instalaciones, que suelen tener una capacidad media de unas 312 personas, es mucho más fácil establecer una gestión unificada y una filosofía coherente. En Haren, la comunicación con el personal es mucho más compleja, y garantizar que todo el mundo trabaja de la misma manera es un reto importante.
La estructura de aldea, aunque innovadora, también tiene sus inconvenientes, como la necesidad de mucho más personal para funcionar eficazmente. Es un ejemplo de cómo ciertas realidades operativas no siempre se tienen plenamente en cuenta en la fase de planificación y, una vez construidas las instalaciones, la adaptación puede tener un coste muy elevado.
Otro problema es el largo plazo de ejecución de estos proyectos. Cuando se ponen en práctica, el concepto inicial puede ya parecer anticuado. Por ejemplo, en las prisiones más nuevas ya estamos avanzando hacia estructuras más abiertas y hacia la integración en el entorno circundante, cosas que estamos aprendiendo de proyectos como Haren.
Para hacer frente a estos retos, garantizamos un seguimiento continuo de todos los nuevos proyectos. Consultamos periódicamente a los directores de estas prisiones para saber qué funciona y qué no. Esta información nos permite mejorar con cada nueva instalación.