Combinación de principios traumatológicos y salutogénicos en el diseño de centros penitenciarios modernos

Artículo

Marayca López i Ferrer y Helena Pombares

La famosa máxima de Louis Sullivan “la forma sigue a la función” articula el concepto de que “la forma de un edificio u objeto debe estar directamente relacionada con su función o propósito“. 

En el diseño de prisiones, la intensidad con que la forma sigue a la función se hace evidente cuando se comienza a examinar los cambios de función o propósito que se han demandado de los centros penitenciarios a lo largo de la historia. 

En el siglo XX, la “rehabilitación” de las personas afectadas por la justicia supuso el punto de inflexión en la evolución de los campos del tratamiento y la arquitectura penitenciaria. Este enfoque se caracterizó por una “suavización” del aspecto (fachadas y planos) y por el uso de colores y materiales hogareños para crear un entorno penitenciario más rehabilitador y estimulante, además de promover la salud y el bienestar de los usuarios (Wener, 2012). 

Un siglo más tarde, los estudios y trabajos empíricos contemporáneos han puesto de manifiesto la elevada prevalencia de traumas entre las personas encarceladas como consecuencia de años de exposición crónica a acontecimientos vitales estresantes y experiencias infantiles adversas como la falta de un techo, la pobreza, la violencia, el abandono y la negligencia, los abusos emocionales y físicos, la pérdida de familiares por muerte o encarcelamiento, los trastornos derivados del consumo de alcohol y drogas en el hogar, la violencia en la pareja, las familias rotas, etc. Las experiencias traumáticas son casi universales entre la población reclusa, pero especialmente entre los jóvenes y las mujeres. Además de la exposición al trauma, las personas afectadas por la justicia presentan otras tasas elevadas de mala salud física y mental, lesiones cerebrales, discapacidad intelectual y trastornos concurrentes. 

Sabemos también que los efectos del trauma no terminan con la detención. Las experiencias traumáticas tienden a persistir durante el encarcelamiento, y las políticas para mantener la seguridad y el control, los regímenes severos y las prácticas de privación contribuyen todavía más a la retraumatización. 

El propio entorno construido puede también ser origen de traumas adicionales. La arquitectura del espacio y las características del diseño físico de los establecimientos penitenciarios son consideradas fuentes de trauma y contraproducentes para la generación de resultados positivos en la salud y el bienestar de las personas: 

• desconexión de la familia; 

• instituciones de gran tamaño; 

• centros con una alta densidad y hacinamiento; 

• grandes dormitorios de planta abierta; 

• falta de intimidad y espacio personal;

• puertas metálicas y ruidos fuertes; 

• mala iluminación (en particular, oscuridad insuficiente para poder dormir);
 
• uso de colores grises y oscuros con poca o ninguna ornamentación; 
 
• mala temperatura; 
 
• mala ventilación, calidad del aire interior, falta de acceso al aire fresco; 
 
• escasez de luz natural y falta de aperturas al exterior (ventanas); 
 
• techos bajos, pasillos estrechos, circulación enrevesada; 
 
• cemento y muebles modulares atornillados al suelo, camas de losa de 
hormigón; 
 
• puntos ciegos, mala orientación, imprevisibilidad del entorno (lo que se 
traduce en amenazas percibidas para la seguridad); 
 
• movimiento limitado fuera de las zonas de descanso; 
 
• pérdida de autonomía;
 
• escasez de espacios dedicados a programas y actividades con objetivos 
determinados.
Combinar los principios del diseño biofílico y salutogénico 
Toda vez que la atención informada sobre el trauma es el enfoque más reciente en el tratamiento de las personas privadas de libertad, lo que se pide ahora de los centros penitenciarios es que contribuyan a los objetivos de recuperación del trauma. 
 
Los diversos estudios dejan claro que, a la hora de diseñar espacios donde los ocupantes sean personas con historiales extensos y complejos de estrés traumático (que se manifiesten en problemas mentales y físicos), es más fácil cumplir los objetivos de recuperación del trauma en entornos en los que pueda producirse una mejora efectiva de la salud. 
 
Los enfoques de diseño salutogénico y biofílico son fundamentales para crear espacios y entornos que influyan en el bienestar y ayuden a las personas a prosperar mental y físicamente. 
 
El diseño biofílico consiste en aprovechar la naturaleza y los elementos naturales para contribuir a la salud y el bienestar. Existen numerosos estudios sobre biofilia que demuestran que el bienestar físico y psicológico se ve favorecido por condiciones ambientales como las que se dan en la naturaleza. No sólo mediante la introducción de plantas y espacios verdes, vistas de la naturaleza o, en su ausencia, imágenes de elementos naturales, sino también a través de ideas como los elementos acuáticos, el acceso a la luz del día o al aire fresco. 
 
La salutogénesis no se limita a consideraciones físicas como la luz natural, el aire fresco y el confort térmico, sino que amplifica todavía más el concepto de bienestar. El diseño salutogénico consiste en involucrar todos los sentidos del cuerpo humano y fomentar la buena salud y el bienestar. La salutogénesis aborda el “sentido de la coherencia”, que es la actitud individual hacia los demás y hacia el entorno, determinada a su vez por las circunstancias individuales. Se centra en cómo puede ayudar el entorno construido a mejorar la salud y la productividad, lo que explica por qué es tan bien acogido el enfoque salutogénico en espacios de recuperación de traumas como el diseño de custodias. 
 
El diseño de los espacios no debe agravar la situación, provocar daños ni prolongarla. De ahí los aspectos centrales de la arquitectura salutogénica: hay que abordar el sentido de coherencia del espacio, que es la forma en que el usuario comprende el espacio (que no sea confuso) y lo gestiona (que sea fácil de navegar en él). Esto hace que, a su vez, el espacio cobre sentido para la persona que consecuentemente podrá gestionar el estrés que pueda causar y exacerbar el trauma. 
Finalizado en 2017, el Centro de Justicia Comunitaria del Condado de Skagit (Washington, EE. UU.), utiliza una paleta de materiales cálidos y colores atractivos basados en el paisaje circundante del noroeste del Pacífico. © DLR Group
Puesta en práctica del diseño biofílico y salutogénico en el entorno penitenciario 
No cabe duda de que el entorno físico afecta a los usuarios de los edificios. En ningún otro lugar queda esto mejor reflejado que en la cita de Winston Churchill: “Damos forma a nuestros edificios, luego ellos nos dan forma a nosotros“. Por lo tanto, es responsabilidad del arquitecto crear espacios carcelarios que sean seguros y que promuevan la salud. 
 
La curación postraumática y el crecimiento postraumático son posibles. 
 
Para responder a estas demandas con objetivos cambiantes en entornos carcelarios que den soluciones al trauma es crucial contar con un entorno psicosocial de apoyo que estimule la mente, reduzca la ansiedad y promueva emociones psicológicas positivas. 
 
En este sentido, un enfoque de la arquitectura penitenciaria que tenga en cuenta el trauma debería empezar desde cero y abarcar el proceso de planificación y diseño, el entorno circundante, los materiales que se utilizarán en la construcción del espacio, la forma de los edificios, los colores y texturas utilizados y cualquier otro detalle de la construcción. Pero incluso cuando no sea posible la construcción de una nueva instalación, se puede hacer mucho para que los espacios existentes sean menos traumatizantes.
 
A continuación, se analizan las características del diseño físico y el entorno que fomentan la salutogénesis, tras observar la eficacia del enfoque salutogénico en escuelas, centros de trabajo y hospitales. Se cree que estas características forman parte de las necesidades fisiológicas y psicológicas de los seres humanos. 
 
El Campus de Transición Juvenil del Condado de San Diego (California, EE.UU.) fue diseñado con un enfoque terapéutico de la detención de jóvenes basado en el trauma. Siguiendo una noción holística de la conectividad, su disposición circular y las múltiples vías de circulación favorecen el movimiento diario por todo el campus. © DLR Group
1. Conexiones comunitarias 
Podría decirse que las prisiones sólo pueden rehabilitar con éxito a los delincuentes si se crea un fuerte vínculo positivo con las comunidades locales. Los beneficios de una mayor conexión con la comunidad son muchos. 
 
Está bien documentado que, con demasiada frecuencia, las personas que han sido condenadas sufren consecuencias psicológicas negativas por la desconexión de la familia y la sociedad, y que el tiempo en prisión repercute negativamente en el sentimiento de “pertenencia” a la sociedad. Por lo tanto, el primer paso en el camino hacia la recuperación requiere (re)construir el sentimiento perdido de pertenencia. 
 
Al estar cerca de la comunidad, los colaboradores comunitarios pueden ayudar a restablecer las conexiones, aportando profesores, voluntarios y asesores que participen en actividades de ocio, al tiempo que aprovechan la oferta de programas y servicios de asistencia posterior que pueden ayudar a reducir el aburrimiento y la institucionalización. Estas colaboraciones proporcionan a las personas encarceladas un sentimiento de compasión y de apoyo de la comunidad, lo que ayuda a avanzar en su bienestar y recuperación. 
 
Para que los visitantes y los miembros de la comunidad se involucren, deben sentirse acogidos de forma amistosa y no autoritaria. La clave de este principio es la creación de espacios acogedores y agradables. La entrada pública, la introducción de jardinería y vegetación, la eliminación de barreras como alambradas, portales, muros de ladrillo y otras superficies duras y su sustitución por elementos blandos y materiales menos austeros son algunos aspectos que marcan la pauta de lo que se puede esperar, al tiempo que ayudan a crear una mayor “integración estética” dentro de la comunidad. Un entorno acogedor y atractivo no sólo ayuda a nivel fisiológico, sino que también transmite un mensaje claro de que se valora y respeta a las personas que trabajan en el edificio y que lo utilizan. 
 
Asimismo, se obtiene también una experiencia mejor, más normalizada y edificante para los visitantes cuando se enriquece el entorno con consideraciones estéticas y se ofrecen espacios acogedores y fáciles de usar para los visitantes (sala de estar para visitantes, zona de juegos infantiles, salas familiares, salas comunitarias, salas de confort, etc.). Incorporar el acceso a espacios atractivos para las interacciones familiares y sociales posibilita que se puedan vivir experiencias positivas en dicho entorno. 
 
2. Disposición del edificio y previsibilidad 
 

Para las personas que han sufrido traumas, es muy importante crear una sensación de seguridad y tranquilidad proporcionando espacios con líneas de visión despejadas y visibilidad clara de un espacio a otro. 

La claridad, la buena visibilidad, la ausencia de barreras y la facilidad de desplazamiento por los edificios no sólo contribuyen a la visibilidad, sino que también pueden aumentar la sensación de seguridad de las personas y tranquilizarlas, fomentando interacciones más amistosas. 

Las distribuciones de forma cuadrada, con esquinas afiladas y callejones sin salida, pueden dar lugar a ángulos muertos problemáticos. 

Para eliminar estos ángulos muertos, las formas circulares y curvas proporcionan una mejor visibilidad de las estancias individuales y mejoran la de los espacios comunes. 

Las personas traumatizadas aprecian la visibilidad de un espacio a otro, así como la posibilidad de ver quién entra y quién sale (transparencia), y de anticiparse y ver quién está en un espacio común antes de entrar en él (previsibilidad). Si el espacio se percibe como abierto y predecible, aumentará la sensación de seguridad, favoreciendo un nivel de confianza en un entorno social. Esto también ayuda a disminuir la sensación de aglomeración o de estar atrapado. El uso de señalización y puntos de referencia mejora la legibilidad de la distribución del edificio y ayuda a orientarse, lo que a su vez crea una sensación de familiaridad y previsibilidad. 

En el Campus de Transición Juvenil del Condado de San Diego, las vistas abiertas al horizonte son una característica clave del diseño, que ofrecen una conexión con la naturaleza y promueven una sensación de transparencia y esperanza. © DLR Group
3. Personalización y elección 
Un espacio personal suficiente para la comodidad, la intimidad y la autonomía, sin comprometer la seguridad de los residentes y del personal, son características de la personalización y la libertad de elección. Los elementos que aumentan la autonomía permiten a los reclusos recuperar su autoestima y su dignidad personal. Elementos como permitir a los residentes acceder a diferentes zonas de actividad, elegir dónde sentarse, con quién y cómo reubicar una silla u otros pequeños muebles crean oportunidades de acción y aumentan la sensación de control e independencia de la persona. Dentro de sus alojamientos, la provisión de salas comunes o lugares de reunión posibilita que los residentes puedan socializar y desarrollar un sentido de comunidad interactuando con otros residentes, con el personal o incluso con personas de la comunidad.
 
Estos espacios deben diseñarse para que sean neutrales y favorezcan un uso equitativo por parte de todos. Los espacios neutros son aquellos que no tienen una función o propósito prescrito. En cambio, ofrecen a las personas la libertad de elegir cómo se relacionan con el espacio, tanto a nivel emocional como de su conducta. También pueden ser espacios en los que las personas puedan buscar consuelo y reflexionar sobre sí mismas y sobre los demás (por ejemplo, salas de autorregulación, salas sensoriales, rincones de paz, rincones, etc.). Los nichos permiten a los residentes retirarse de las situaciones de grupos más grandes. 
 
A los jóvenes en particular, pero también a los adultos, les encantan los asientos con ventana, los nichos y otros espacios periféricos que les permiten crear su propio espacio y, al mismo tiempo, estar conectados con el espacio común más amplio. 
 
Para conseguir una mayor comodidad e intimidad, cada persona encarcelada debe tener su propia habitación (e, idealmente, su propio baño privado) y se le debe permitir personalizar el espacio. Dar la posibilidad de elegir la disposición de los muebles, la ropa de cama, las cortinas y piezas artística o cuadros ayuda a que las personas puedan invertir en su propio espacio.
 
Por otro lado, dar a los residentes la posibilidad de controlar la iluminación, la temperatura y la circulación del aire fomenta un sentimiento de autosuficiencia y control sobre su propio entorno. Cuando un edificio crea oportunidades de titularidad y autonomía, esto alienta a las personas a respetar el espacio y cuidar de su propiedad, lo que se traduce en menos vandalismo y abusos.
4. Libertad de movimiento dentro de las instalaciones

Las prisiones tradicionales limitan severamente el grado de movimiento y libertad que una persona privada de libertad puede alcanzar dentro del centro. Chocan con la ética de la construcción de un sentido de autonomía y autoeficacia.

Para restar importancia a los aspectos institucionales de la vida en prisión, se debe permitir a los residentes moverse más allá de sus unidades de alojamiento durante el transcurso del día, tanto como sea posible. Y esta pequeña libertad de movimientos por el centro debería ser un reflejo de nuestros movimientos cotidianos por el hogar, la escuela, el lugar de trabajo y las actividades recreativas.  
 
Desde el punto de vista arquitectónico, esto requiere crear unas instalaciones variadas con diversos edificios interconectados o separados y espacios de “destino” a los que se pueda llegar mediante vías de circulación controladas. Cuando las personas caminan hacia las zonas autorizadas del centro que estimulan el uso interior y exterior y la actividad física, se exponen a experiencias sensoriales variadas a lo largo del tiempo, lo que crea conciencia del paso del tiempo y ayuda a las personas encarceladas a mantener un estado de calma.
 
Paredes de colores llamativos, masas variadas, variaciones de texturas, patrones de suelos, algunos ángulos o curvas, y la exhibición de palabras de afirmación y aliento en lugares de tránsito y zonas de circulación aportan interés visual al tiempo que ayudan a las personas a orientarse dentro de las grandes instituciones y a navegar por las diversas estructuras del edificio.
5. Características espaciales y medioambientales que favorecen la salud
Las siguientes características espaciales y estéticas son conocidas por contribuir a la buena salud y al bienestar social, al tiempo que reducen la sensación de institucionalidad:
 
• La disposición de ventanas verticales grandes o altas (sin rejas) permite la entrada de luz en el espacio y comunica al usuario con el entorno exterior. Se convierte en una extensión del mundo exterior, conectando al usuario con la naturaleza y sirviendo como herramienta de reducción del estrés. 
 
• Entorno con amortiguación acústica. Los paneles murales, los techos de baldosas acústicas, las moquetas y otros productos de tratamiento acústico son fundamentales para controlar el ruido. Esto es especialmente importante en los centros penitenciarios, ya que la exposición a sonidos o ruidos no deseados provoca una serie de problemas psicológicos y físicos, como pérdida de audición, dolores de cabeza, náuseas, irritabilidad, comportamiento agresivo, etc. 
 
• Materiales y texturas suaves. El uso de moquetas, acabados suaves en el suelo como vinilo acolchado, suelo epoxi, hormigón pulido, así como la introducción de texturas en las paredes, barandillas de madera, puertas de madera o propias de centros de detención pero con acabado laminado de madera tienen unos atributos naturales estupendos, que desempeñan un papel esencial a la hora de fomentar la amplitud y transmitir calidez en lugar de esterilidad. 
 
• La luz en alguna de sus formas, por ejemplo, la luz solar natural a través de una ventana (especialmente con vistas), las luces que imitan la luz solar natural en un tragaluz (luz circadiana) o la luz de color, es un elemento de diseño que puede evocar emociones transformadoras y contribuir a cualidades inefables de un espacio. Más concretamente, introducir y maximizar el acceso a la luz diurna influye drásticamente en la calidad del espacio, el estado de ánimo y la prevención de la depresión, elevando el espíritu humano y aumentando la percepción de la propia seguridad.
 
• Colores: se sabe que los colores tienen efectos calmantes y reductores del estrés y que estimulan la iniciativa y la alegría. Aunque la selección de colores deba controlarse por diversos motivos (por ejemplo, la pertenencia a una banda), no se debe optar únicamente por colores opacos. El uso de colores de pintura suaves y más claros se percibe como más abierto, menos abarrotado (“espacialmente disponible”) y, por tanto, más seguro y tranquilizador. En las habitaciones de los residentes y en las salas de reuniones y grupos, los colores tenues, apagados o cálidos ayudan a fomentar el bienestar. En las salas de actividades y las salas comunes pueden utilizarse colores y elementos decorativos más vibrantes y enérgicos. 
 
• Mobiliario: el mobiliario normalizado crea un ambiente hogareño e implica mental y socialmente a los usuarios. El almacenamiento móvil y el mobiliario ligero pero duradero animan a los residentes y al personal a reconfigurar y transformar el espacio para satisfacer necesidades específicas. Utilizar muebles codificados por colores para designar las distintas zonas también puede ser una herramienta eficaz de orientación. Hay que prestar especial atención a la disposición de los muebles para saber cómo afecta a la sensación de seguridad de los residentes, a la percepción de hacinamiento y a la relación con el personal. Sentarse cara a cara frente a un escritorio o una mesa puede percibirse como una confrontación, mientras que sentarse de esquina a esquina invita a la conversación y la interacción. El mobiliario con elementos suaves, cómodos y envolventes puede hacer que los usuarios se sientan protegidos y seguros. 
 
Por último, no podemos terminar nuestra contribución sin reconocer que la salud y el bienestar de los empleados de los centros penitenciarios se ven igualmente afectados por el entorno construido. 

Las personas que trabajan en un centro penitenciario suelen pasar entre ocho y doce horas al día en un entorno estresante que les hace perder rápidamente piezas de sí mismos y de su bienestar. Como pasan gran parte del día encerrados, carecen de acceso a la luz del día y a cualquier contacto o visión de la naturaleza, lo que puede tener consecuencias psicológicas y físicas. Por tanto, para dar prioridad al bienestar del personal es igualmente importante que todas las zonas de trabajo y los espacios de apoyo de los empleados estén diseñados para favorecer la salud y contribuir a aumentar los niveles de confort, moral y rendimiento.

Marayca Lopez i Ferrer PhD., ha dedicado toda su carrera, tanto académica como profesional, a la filosofía y la práctica de la reforma penitenciaria. Posee tres títulos superiores en el campo de la Justicia Penal. Lleva prestando servicios como planificadora de justicia desde 2006, ayudando a planificar y programar centros para menores y adultos con un enfoque holístico, seguros, humanos y centrados en iniciativas operativas y programáticas innovadoras para una reinserción satisfactoria. Marayca ha trabajado en proyectos de reforma de la justicia y en estudios penitenciarios en Estados Unidos y en el extranjero (por ejemplo, en Australia, Canadá, Europa, América Central y del Sur), lo que le ha permitido adquirir un profundo conocimiento de las mejores prácticas penitenciarias, el funcionamiento y los modelos de gestión de prisiones en todo el mundo. 

Helena Pombares es arquitecta y urbanista, criminóloga, investigadora y profesora universitaria, enseñando en los grados (y trayectorias) de criminología en el Reino Unido. También posee un máster en Arquitectura de Prisiones y está en las etapas finales de su Doctorado Profesional en la Universidad de West London (UWL), investigando “Arquitectura Salutogénica: Redefiniendo el Diseño de Prisiones para el Siglo XXI”. Helena tiene más de 18 años de experiencia en arquitectura judicial y su investigación sobre la arquitectura salutogénica de los espacios carcelarios alimenta su pasión por comprender los efectos que el entorno construido tiene sobre los usuarios del espacio (personal y reclusos). 

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