Crimen Organizado en América Latina: “La mano dura” no resuelve el problema

Entrevista

General Óscar Naranjo Trujillo

Exdirector General de la Policía Nacional y exvicepresidente de Colombia

En esta entrevista única, tenemos el honor de conversar con el distinguido General Óscar Naranjo Trujillo, una figura emblemática en la historia de Colombia. Con una carrera notable en la Policía Nacional, el General Naranjo ha liderado una incansable lucha contra el crimen organizado que contribuyó en la caída de cerca de 700 líderes del narcotráfico, incluyendo figuras icónicas como Pablo Escobar.

Su impacto trasciende la esfera de la seguridad, ya que desempeñó un papel crucial como negociador plenipotenciario en las históricas conversaciones de paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia – Ejército del Pueblo (FARC-EP) y ocupó el cargo de Vicepresidente del país. El General Naranjo comparte con nosotros sus experiencias y perspectivas sobre la lucha contra el crimen organizado en América Latina.

 JT: El General ha dicho anteriormente que en materia de delincuencia internacional “se está produciendo un verdadero momento de inflexión en la historia de la humanidad”.

¿Podría compartir su perspectiva sobre el estado actual de la delincuencia organizada y cómo ha evolucionado durante su carrera?

Gen. ON: El crimen organizado se expresa de manera bastante fuerte y contundente, a partir de una economía criminal basada en drogas, particularmente la cocaína. Hace tres o cuatro décadas esa manifestación inicial estaba caracterizada por una organización bastante difusa, a menudo formada por familias o criminales que colaboraban para garantizar la salida de drogas desde Sudamérica, especialmente Colombia.

Luego, se produjo una segunda etapa en la que hubo un cambio cualitativo en la naturaleza del crimen organizado. Surgieron lo que los estadounidenses comenzaron a llamar “cárteles”, que eran organizaciones con un sistema de mando y control centralizado, una estructura vertical y un enfoque en asegurar toda la cadena de producción y distribución de drogas, desde la producción de hoja de coca hasta su distribución en los Estados Unidos. En Colombia, esto dio lugar a dos grandes organizaciones criminales que, además, transitaron hacia una ambición no solo delictiva sino política. Pablo Escobar, por ejemplo, soñaba con un Estado narcotraficante, que generara riqueza y prosperidad a los colombianos.

 
El cartel de Medellín utilizaba un enfoque primitivo para lavar dinero, comprando tierras y acumulando efectivo, mientras que el cartel de Cali invertía en la industria. Medellín se destacaba por su uso de la fuerza bruta, con la amenaza de “plata o plomo”, es decir, elegir entre ser comprado o morir. En cambio, el cartel de Cali se parecía más a la mafia italiana, ejerciendo violencia de manera discreta, teniendo sus propios voceros políticos y lavando sus activos en la economía legal.

Luego, surgió otra forma que los estadounidenses denominaron “baby cartels”, es decir, aparece una figura como de “holding criminal”. Estos son muchos grupos de narcotraficantes sin antecedentes penales, con una visión global del negocio y un gran interés en no ser identificados.

Lo que estamos presenciando en la actualidad son estructuras criminales altamente fragmentadas que se aprovechan de la época de globalización, internacionalizando sus relaciones y distribuyendo el trabajo a través de mandos colegiados.

Estamos hablando de un proyecto criminal que combina el lucro, derivado de economías criminales, con la capacidad de ejercer coerción sobre la ciudadanía y de controlar territorios, además de aspirar a establecer una gobernanza territorial. Y este momento de inflexión coincide también con una altísima proliferación de economías criminales que no solo están relacionadas con el tráfico de drogas, sino también con la explotación minera y el tráfico de seres humanos.

Es muy impresionante ver lo que está pasando hoy. En el pasado, cuando se hablaba de crimen organizado en América Latina y el Caribe, podíamos identificar tres zonas: México, Centroamérica y Colombia y Perú en Suramérica. Hoy, cuando uno observa el mapa de despliegue del crimen organizado, es asombroso ver cómo se ha extendido por todo el territorio. Nunca uno imaginó, por ejemplo, que el crimen organizado se establecería en Chile, a través de la franquicia del llamado Tren de Aragua, creando una industria criminal basada en la extorsión, el secuestro y el microtráfico. Tampoco imaginamos que Argentina, que había sido protegida como un sitio de refugio y un territorio para el lavado de activos, se convertiría en un lugar de actividad delictiva con represalias contra quienes no pagan la extorsión.

A estas alturas, y debo confesar que llevo por lo menos ocho meses trabajando en eso, he querido hacerme como al inventario de las organizaciones criminales que se constatan en cada país. Y esa tarea parece no acabar. Son cientos y cientos… En el caso colombiano hay por lo menos 400 organizaciones identificadas. Estamos viendo la mayor fragmentación y proliferación del crimen organizado en la región en muchos años.

Estamos viendo la mayor fragmentación y proliferación del crimen organizado en la región en muchos años.

¿Cuáles son los retos u oportunidades específicos para contrarrestar el crimen organizado en América Latina?

Gen. ON: El crimen organizado ha evolucionado rápidamente, adaptándose a nuevas realidades, que recurriendo a tecnología, incursionándose en corrupción y en intentar cooptar el Estado. Al mismo tiempo son estructuras delictivas que comunican bien para obtener legitimidad frente a la comunidad. Los Estados también deben transformarse para enfrentar el crimen organizado.

En la historia de la lucha de los Estados contra el crimen, se observan tres etapas. Una primera etapa estuvo muy centrada en intentar controlar el flujo de productos ilegales. La verdad es que se incautó mucha droga y las organizaciones no se ven afectadas. En una segunda etapa – yo diría que un poco liderada por Colombia – se buscó judicializar y someter a la ley a los líderes del crimen organizado y entonces es abatido Pablo Escobar, son capturados los hermanos Rodríguez Orejuela, se producen cerca de dos mil capturas de grandes capos, con fines de extradición, pero el negocio no se afectó. Siempre aparece alguien que los sucede. En una tercera etapa se planteó la necesidad de afectar no solo a los líderes, sino a la estructura en su totalidad, lo que resultó en un aumento enorme de las cárceles y de la población carcelaria, pero sin cambios sustanciales en el panorama.

Últimamente se están haciendo esfuerzos para atacar las finanzas del crimen. Aunque estamos en una fase algo precaria de este enfoque, creo que hay una buena salida. Sin embargo, en mi opinión, no es suficiente.

La región, especialmente después de la pandemia, ha visto un aumento de las economías criminales debido a la destrucción de riqueza y empleos. La esperanza para América Latina podría estar en la capacidad de la economía formal para competir con las economías ilegales. Mientras la economía ilegal siga llevando ventaja para satisfacer las necesidades de las personas vulnerables, estaremos enfrentados a este problema.

Mientras la economía ilegal siga llevando ventaja para satisfacer las necesidades de las personas vulnerables, estaremos enfrentados al problema [del crimen organizado].

 JT: Los grupos de delincuencia organizada operan a menudo desde las prisiones, lo que repercute en la sociedad en general. En muchos países latinoamericanos, esta realidad se ve agravada por un mayor control del interior de las instalaciones por parte de las bandas delictivas.

¿Cuál es su opinión sobre los retos que supone abordar el problema del crimen organizado en los sistemas penitenciarios de América Latina?

Gen. ON: Frente a la amenaza del crimen organizado y también de otros fenómenos como el de la corrupción, en América Latina hay consenso sobre la necesidad de fortalecer el sistema de justicia para combatir la impunidad. Sin embargo, ese buen propósito normalmente se ve un tanto desdibujado por el populismo punitivo. Hay una idea muy preconcebida de que la justicia es una acción de castigo y no de resocialización. La creencia de que aumentar las penas y crear nuevos delitos es la solución está fallando.

Francamente, en América Latina el sistema penitenciario y la política penitenciaria han fracasado, con una tasa de reincidencia alrededor del 67% y cárceles que funcionan como comandos de control del delito. Y, para algunos estudiosos de este tema, los centros penitenciarios de la región son auténticas “universidades del delito”, porque hay delincuentes que entran allá por delitos menores y, dada la contaminación con delincuentes peligrosos, salen realmente con un posgrado en delincuencia.

Para abordar este problema, se debe reevaluar el propósito del sistema de justicia penal en la región. Debe centrarse en la resocialización en lugar de castigo y venganza. También se deben revisar las penas para delitos menores y evitar llenar las cárceles con delincuentes no violentos. Finalmente, se necesita una mayor participación de la sociedad civil porque el Estado solo es incapaz de producir procesos de resocialización. Habría que abrirse el sistema a la colaboración de empresas privadas para brindar segundas oportunidades a los delincuentes y promover su reintegración en la sociedad.

Cómo es que las administraciones penitenciarias pueden asegurar el control de las cárceles frente al poder de las estructuras del crimen organizado?

Gen. ON: Yo creo que el sistema penitenciario efectivo debe asegurarse primero que los delincuentes de altísima peligrosidad o con capacidad de mando y control sobre estructuras estén recluidos en prisiones de alta seguridad, sin embargo no hay que masificarlas. Allí solo deben estar aquellos que, previamente calificados y estudiados, realmente constituyan un peligro de ejercer influencia sobre estructuras más allá del centro penitenciario.

Un segundo grupo de personas en prisión debe estar en centros penitenciarios, y el Estado debe asegurarse de que el tiempo de privación de libertad se utilice realmente para la formación y el trabajo, preparándolas para su eventual liberación. Existe un tercer perfil de población carcelaria a quienes se les deben aplicar instrumentos que están bien establecidos y son comunes, por ejemplo, en Europa.

En estos casos, un recluso duerme en la cárcel, pero sale durante el día para trabajar bajo la supervisión de una empresa y regresa a la cárcel para pernoctar. Aunque su libertad está restringida, se le reporta diariamente, y esta fase final tiene como objetivo prepararlo para una segunda oportunidad de libertad.

Con vistas al futuro, ¿cuáles son las prioridades más apremiantes para hacer frente a la delincuencia organizada en América Latina y qué papel deberían desempeñar las distintas partes interesadas para abordar el problema?

Gen. ON: El problema del crimen organizado es demasiado grande para dejárselo solo al Estado. Se necesita la colaboración de la academia y la ciencia para comprender las dinámicas criminales a un nivel más profundo, incluyendo las causas motivacionales y el modus operandi del crimen organizado en diferentes regiones.

Es esencial establecer un sistema de inteligencia global o regional que vaya más allá de simples intercambios operativos de información. Debe haber una plataforma de inteligencia regional donde analistas compartan información y análisis de manera más integral.

Además, algo muy importante es abordar las grietas en la economía formal que permiten el lavado de activos, buscando modelos más simétricos a nivel regional para prevenir esta actividad ilegal. También se debe considerar la legitimidad en las comunidades vulnerables que están bajo el control del crimen organizado, ofreciendo alternativas y mostrando que el Estado puede competir con la economía criminal.

Finalmente, hay que alejarnos de la narrativa simplista sobre el crimen organizado que vaya más allá del cliché de la política de la "mano dura". La mano dura no resuelve el problema y puede llevar a violaciones de derechos humanos.

Una narrativa que legitime al Estado y haga que los ciudadanos sean protagonistas, garantizando el respeto a la ley y los derechos humanos, es más efectiva. Se debe evitar que los ciudadanos queden atrapados entre el crimen organizado y las autoridades que usan la fuerza en exceso. En medio de todo esto, es importante evitar un discurso fatalista y apocalíptico.

América Latina ya ha superado muchos retos. Desde Colombia, podemos decir que hemos superado el propósito de Pablo Escobar de convertirnos en un narcoestado y hemos superado el proyecto político de la toma del poder nacional por parte de la insurgencia a través de un proceso de negociación con las FARC. Yo llamaría a que nos escuchemos mucho más.

General Óscar Naranjo Trujillo

Exdirector General de la Policía Nacional y exvicepresidente de Colombia

Óscar Naranjo Trujillo es un político y ex General de la Policía Nacional de Colombia. Ocupó el cargo de Vicepresidente de Colombia desde el 29 de marzo de 2017 hasta el 7 de agosto de 2018. Anteriormente, desempeñó el cargo de Director General de la Policía, desde 2007 hasta su retiro en 2012. A lo largo de su carrera, también ha trabajado en el comando de múltiplos departamentos de Policía, Operaciones Especiales, y Inteligencia. Es miembro de la International Drug Enforcement Association (filial de la DEA estadounidense) y de la Asociación Internacional de Jefes de Policía. En 2010, esta última organización le otorgó el reconocimiento como el mejor policía del mundo.

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